How was Cape town?

Nuevo sprint planning, esta semana me voy a encargar de actualizar la PMO, de crear los tickets para diseño y de meter prisa a UX, queda mucho por hacer y poco tiempo.

Presento una versión de un comparador de productos con un concepto distinto al que había planteado Immersión, le gusta a Jaco pero me pide que contemple algunos otros casos.

Entre las otras tareas que me caen está acabar de plantear ciertos comportamientos del header, además planteo la búsqueda del sitio.

El proyecto avanza, pero no poder tocar cliente nos está costando mucho, la parsimonia de la gente hace que no podamos avisar de algo con días de antelación sino que los canales oficiales hacen que todo se comunique en cascada, llegando la información tarde y mal.

Brezo hace su gran presentación a KK, preparándose para la que hará a la BIGBOSSA el lunes, parece que todo está encauzado.

La semana pasa volando, entre curro y los típicos paseos a Mandela square, el jueves vamos a un cubano a tomar una que acaban siendo cuatro, el viernes volamos a Cape Town, nos han hablado tanto de ello que no sabemos qué esperar.

Joe nos espera a las dos para irnos al aeropuerto, vamos felices en la furgo deseando conocer la ciudad de la que tan bien habla todo el mundo.

Volamos con MangoAir, aunque el avión más bien parece un risketo gigante, llegamos allí sobre las siete. Nada más salir del avión se nota la humedad, por desgracia es ya de noche y no podemos ver más que luces de camino al apartamento, Lorna nuestra Uber driver me va explicando algunos de los montes que dejamos a los lados. La carretera serpentea hacia la costa y nosotros con ella.

Nos deja en nuestro Airbnb, calle Roeland 37, Perspective se llama el edificio, y tanto, es una torre de apartamentos con un curioso control de seguridad en el portal. Nos metemos al ascensor y vamos al piso 5, salimos al vestíbulo y vemos un letrero indicando a la derecha del 501 al 500 y algo, a la izquierda del 500 y pico hasta otro tanto, Brezo se queda extrañada y dice, “Si en el mail decía que nuestro apartamento era el 5B?¿”

Jorge se empieza a descojonar y le dice que eso era el nivel de sequía que vive la ciudad, ya empieza la mofa, resulta que nuestro piso era el 15. Buenas vistas y malas cortinas.

Dejamos todo y nos vamos andando, sí andando, hasta Long Street, hay que remarcar lo bien que sienta poder ir andando por la ciudad, cosa a la que por desgracia nos hemos desacostumbrado. Pero Ciudad del Cabo es seguro según nos han dicho, así que aprovechamos.

Llegamos a la famosa calle, es una avenida recta, con casas coloniales a los dos lados, tiene muchos bares, pero es pronto y hay poca gente. Buscamos algún sitio donde cenar y damos con un pub que se llama Tiger´s Milk, cenamos una pizza increíble y tomamos un par de cervezas.

El sitio es seguro, pero eso no quita que salí a fumar un cigarro solo y en tres minutos me viniera una persona a pedir dinero para comer y otra me ofreciera no sé qué droga. También descubrí un sitio con música en directo al que iríamos después.

Era un garito de rock, justo entramos y el grupo paró de tocar, pero empezó un tipo bastante loco a pinchar temas y nos quedamos, al final acabamos echando un par de copas y algún chupito, eran la una o las dos de la mañana y la gente iba como en España a las cinco. Especial dedicación a la rubia que iba como un muñeco.

Nos acabamos tomando unas cuantas y al rato decidimos movernos, al salir a la calle el ambiente es muy distinto, vuelve a ser una especie de campo de batalla con música saliendo de los garitos y gente para arriba y para abajo como locos. Nos dejamos llevar por la corriente y tras explorar un par de sitios decidimos meternos en un tal BOB´S. Buena decisión.

Resulta ser un antro lleno de menores de edad / sus amigos que acaban de cumplir los dieciocho años, musicote y garrafón, garrafón como hace mucho que no probamos y camarera con una camiseta que dice “Eat my pussy” en letras góticas. Combinación perfecta para que duremos unos quince minutos y flipando nos vayamos a casa. Cape town mola porque volvemos andando, eso sí, nos cruzamos con unos cuantos roedores.

El sábado nos levantamos y decidimos caminar libremente, la sensación de poder hacer algo a lo que estamos más que acostumbrados pero que en Johannesburgo no podemos hacer.

Desayunamos en una cafetería de estilo steampunk cerca de casa, tenemos una maravillosa resaca gracias al Bob´s y con poca hambre me pido unas french toasts pensando que pido unas simples tostadas, aquí los chavales andan pidiendo huevos benedictine y esas moderneces, mi sorpresa es cuando me traen unos croissants convertidos en torrijas…

Después paseamos la resaca por el centro, pasamos por varios mercadillos hasta llegar al Waterfront, la zona cercana al muelle, con muchos restaurantes y tiendas.

Disfrutamos un rato hasta que nos sentamos a tomar algo y decidir que hacer a la tarde.

Vamos a ver los pingüinos, están en una playa, venga, pedimos un uber y que nos lleve, está a unos 20 minutos en coche.

Nuestro conductor llega e intentamos negociar un precio para que nos llevara toda la tarde en coche por la costa, nos habían recomendado mucho esa carretera, hace un sol increíble y el camino sube por el monte, pegado a la costa, dándonos unas vistas acojonantes.

El agua es muy turquesa y nos paramos a medio camino en un puesto de vigía de tiburones  para hacernos unas fotos.

El conductor del uber era muy majo y tenía puesto un grupo que se llama The Soil, el iba cantando y poco a poco las vistas y el buen rollo vacacional nos hacen empezar a acompañarle con palmas y estribillos, la canción decía “take a selfie with me” así que es lo que hicimos…

Llegamos a Simmons town, donde viven los penguins en la playuca, noto que me he quemado la cabeza así que recurro a métodos artesanales.

Hay un montón de pingüinos, están muy panchos en la playa sin hacer nada, de vez en cuando se atacan entre ellos, otros se dan baños, qué envídia.

Pasamos un rato y decidimos que ya es hora de comer así que nos encaminamos a un restaurante en la playa para comer un poco de pescado local. Después nos damos una vuelta por la playa, ya no hay resaca, ahora hay cansancio y son casi las seis. Nos volvemos a casa a descansar antes de ir a cenar por ahí.


La hermana de Blanca la ha recomendado un sitio que se llama Mama Africa, es de comida típica y con música en directo.

Llegamos sobre las ocho y poco, nos sientan justo delante de la banda, en realidad hemos acabado de comer hace dos hora y pico, así que hacemos tiempo con unas cervezas.

El grupo lo componen un batería, un percusionista con yembés, otro con un bombo y unas maracas, dos marimbas y un trompetista que cantaba deluxe.

Como no tenemos hambre nos vamos tomando más birras mientras el camarero, cada vez más impaciente, nos sigue preguntando que queremos, para disimular acabamos pidiendo un surtidillo de entrantes. De las cuatro mesas que hay delante del escenario somos la que más entregada está a sus músicos, nos es imposible no dejarnos llevar por el ritmo de tanta percusión a escasos dos metros. Básicamente es como si tienes una estampida de búfalos que han sintonizado sus pisadas y, de vez en cuando, alguna melodía que viene de las marimbas o de la trompeta.

Nos pasamos literalmente cuatro horas tomando birras escuchándoles y cantando con ellos, hacen algún descanso, y nosotros también, estamos molidos y la cena-concierto implica unos niveles energéticos muy locos.

Acabamos comprandoles un disco cada uno y Brezo se viene arriba y se gasta unos euros y unos dólares en un puesto que hay en una esquina del sitio, se compra un dibujo y una especie de arpa de mano que hará las delicias del viaje de vuelta a casa.

A las doce y pico casi una vamos a casa, más ratas y música psicodélica con el arpa de Brezo mientras cruzamos un parquecillo.

El domingo nos vamos a ver Robben Island, la antigua cárcel donde estuvo Mandela preso y que se ha convertido en museo.

Volvemos al waterfront a coger nuestro ferry, el viaje son unos veinte minutos, parece que el conductor lleve una planeadora, vamos dando botes sobre las olas, lo que iba a ser un viaje hasta una cárcel-museo se convierte en una atracción acuática.

Llegamos a la isla, parece pequeña, hace mucho sol y nos recoge un autobús. Nos da una vuelta por la isla, nos enseña desde fuera los diferentes módulos de la prisión y el pueblo que creció para que vivieran los empleados de la misma. Después nos dejan en la entrada de la cárcel y nos recoge otro guía, un hombre mayor, que nos va a enseñar la cárcel por dentro.

Cabe decir que este hombre ha sido un ex-presidiario, que estuvo allí mismo recluido muchos años, y es una idea muy buena que alguien así sea quien lo enseñe a los turistas, pero también hay que decir que fue el peor guía que he visto, no hablaba muy buen inglés, no entonaba, no transmitía. Simplemente nos enseñaba cosas en un tono aburrido. En cierto momento hasta nos separamos del grupo y exploramos a nuestro aire las instalaciones. La cárcel es bastante simple, ponen un énfasis loco en los sitios donde estuvo Nelson, como su celda, que parecía la única que había, a pesar de estar en un pasillo con más de treinta.

Por fin termina el tour, volvemos a la auténtica atracción, el ferry, entre saltos y algún grito nos llevan de vuelta a Ciudad del Cabo.

Tenemos poco tiempo para coger el vuelo, nos vamos al airbnb, cogemos las maletas y comemos en un pub, en el cual Brezo intentó pedir una hamburguesa de pollo poco hecha, lo cual tornó la cara del camarero y la nuestra en un completo rechazo, rectificó, pensaba que era de ternera…

Poco después nos volvimos al aeropuerto, ya estamos pensado en el día siguiente...